VIAJE A NINGUNA PARTE (1)
Le deuxième souffle (Hasta el último aliento, Jean-Pierre Melville, 1966)

Hasta el último aliento supuso la consolidación del estilo de Jean-Pierre Melville además de ser la antesala de Le samurai (El silencio de un hombre, 1967). Salpicada por las composiciones jazzísticas de Bernard Gérard, la película narra el último itinerario de un hombre abocado al fracaso. El de un delincuente que, tras evadirse de la cárcel, acepta participar en un robo que le proporcionará el dinero suficiente para iniciar una nueva vida.

Tres individuos se fugan de una prisión. El cineasta muestra la evasión a través de una sucesión de planos en los que juega desde un punto de vista estético con la propia estructura geométrica que le ofrecen los muros de la cárcel. Las diversas posiciones de cámara, con picados y contrapicados, permiten que el borde superior de las tapias adquiera una diversidad de inclinaciones que cruzan el encuadre, creando un fondo geométrico sobre el que se deslizan los tres evadidos ayudados por una cuerda. Uno de los convictos muere en el intento. Después, las imágenes de los otros dos hombres atravesando un bosque sobre las que se sobreimpresionan los títulos de crédito.

Un minimalismo estético, pero también narrativo, con el que el director francés concebirá el resto de la trama. Rasgos de estilo que ya se hallaban esbozados en películas anteriores como Bob le flambeur (Bob el jugador, 1955), el primer filme noir rodado por Melville y que alcanzan su mayor expresión en Le samurai[2]. Cualidades con las que realizará sus siguientes películas: L’Armée des ombres (El ejército de las sombras, 1969), una de las más lúcidas radiografías fílmicas sobre la resistencia francesa y el colaboracionismo; Le cercle rouge (Círculo rojo, 1970) y Un flic (Crónica negra, 1972), largometraje que cerró una filmografía de tan sólo trece títulos.

La austeridad en la puesta en escena, marcada por los ambientes sórdidos, desde los night clubs hasta las estancias donde se cobijan o residen los personajes; la escasez de diálogo en beneficio de la mirada, la del propio cineasta que, en ocasiones, adquiere un tono documental captando no sólo los detalles de un hecho delictivo y casi en tiempo real, sino los semblantes, los gestos, la tensión emocional que emana en los momentos previos a la acción. Los de unos perdedores despojados de esa aura mitológica que impregnaban los héroes y villanos del cine negro americano de los años 30 y 40 que tanto amaba Melville.


Crónica sobre la fatalidad
Los personajes de Melville están predestinados al fracaso. Quizá porque no tienen pasado. Pero tampoco futuro. Algo que se reafirma en un momento dado del film cuando su protagonista, Gustave Minda (Lino Ventura), afirma que “He jugado y he perdido”. Porque el cineasta además concibe unos individuos pertenecientes a un mundo en extinción. El de una época que se regía por un código de honor, aunque fuese dentro del ámbito del hampa. Algo que empieza a perderse con otra nueva generación, como la que representa el joven Antoine (Dennos Manuel) uno de los miembros de la banda de Paul Ricci (Raymond Pellegrin), que en un momento dado manifiesta a su jefe su opinión sobre la inclusión de Gustave para llevar a cabo el golpe: “Está acabado. No aguantará”.

Pero Le deuxième souffle, al igual que Le samurai o Circle Rouge, es la crónica de un itinerario hacia ninguna parte. O si se quiere, el retrato de un crepúsculo. El de un hombre en su último recorrido que trata de aprovechar una última oportunidad para iniciar una nueva vida. Porque Minda es consciente que su existencia se ha convertido en una huida hacia delante en la que Manouche (Christine Fabrega), su compañera sentimental, no tiene cabida pese a los sentimientos que ella profesa por él y viceversa. Un éxodo cuyo éxito depende de ese dinero que obtenga con su participación en el atraco a un furgón blindado y que le permitirá abandonar el país. Una escapada marcada por el empeño del inspector Blot (Paul Maurisse) en capturarle. Pero también una historia en el que el azar provocará ese leve descuido que dará al traste con los planes del protagonista.

Un mundo que por otra parte no le era desconocido a Jean-Pierre Grumbach, cuya admiración por el autor de Moby Dick le llevó a adoptar su apellido como seudónimo. Sus andanzas adolescentes como delincuente de poca monta, actividad que compaginaba con su afición por el cine, así como su posterior experiencia en las filas de la resistencia francesa, son los dos ejes sobre los que girará una buena parte de su obra. A los títulos citados se suman Le doulos (El confidente, 1962) y L’aîné des ferchaux (El guardaespaldas, 1962) dos films noir protagonizados por Jean-Paul Belmondo, actor que encabezaría el reparto de Léon Morin, Prête (1961) con la Ocupación como telón de fondo, época en la que transcurría Le silence de la mer (1947), su primer largometraje, y la citada L’Armée des ombres[3].


Entre ruidos y música
En una entrevista realizada por Claude Baignères, Melville sostiene: «Amplificar un ruido, amortiguar otro, crear impresiones muy fuertes; la mente asocia un misterio, un peligro, una esperanza con algunos de esos ruidos. Dosificar el sonido equivale a calcular la cantidad de producto corrosivo o euforizante que uno pretende inocular al espectador-auditor»[4]. Palabras que bien pueden servir para trazar una primera aproximación sobre su concepción de la banda sonora de sus películas. Al igual que otro artífice del sonido como fue Jacques Tati, los films de Melville son sinfonías atonales en las que los ruidos, el de los pasos subiendo unas escaleras, el del motor de un automóvil, el de la resonancia sincopada del ferrocarril sobre las vías o las detonaciones de las armas, adquieren tanta importancia como los propios diálogos. De hecho, el cineasta confecciona largas secuencias en las que sus personajes no hablan. Simplemente actúan y todo ese mundo sonoro, el que les rodea y el que producen ellos mismos en su rutina, van potenciando los diferentes niveles de intensidad en la trama.

Y si los diálogos son escuetos, el uso de la música también lo es. Melville había utilizado el jazz en varios de sus títulos. De hecho contó con un jazzman de prestigio como es el pianista Martial Solal para las bandas sonoras de Deux hommes dans Manhattan y Léon Morin, prête. Y como después harían François de Roubaix con Le samurai o Eric Demarsan en Circle Rouge, Bernard Gérard, autor asimismo de más de una decena de bandas sonoras, algunas para Georges Lautner –Ne nous fâchons pas (Los gansters no se jubilan, 1966) también protagonizada por Lino Ventura, o La route to Salina (1970)-, o Claude Autant-Lara (Gloria, 1977), concibe una partitura que navega por los parámetros del hard bop.

Temas que, como en los otros títulos de Melville, aparecen asociados en su mayoría a las secuencias que tienen lugar en los night clubs. En Le deuxième souffle, estas piezas son trazadas por un vibráfono -principalmente- y, por orientar al lector, navegan en un estilo similar al de Milt Jackson. Partitura que adquiere sus tintes más atonales para amplificar la incertidumbre de los ladrones en la espera a la llegada del furgón blindado.


Pero la casualidad hará que, días después del golpe, Gustave Minda sea acusado de traición por sus compinches. Y sólo le quedará una opción acorde a su ética en un trayecto que le ha llevado a un callejón sin salida: la limpieza de su honor. Algo que puede resultar paradójico en un hombre cuya vida ha transitado al margen de la ley. Porque bajo esa aparente frialdad con la que Gustave acomete sus actos, se oculta en realidad el dolor de un hombre que ha perdido lo único que le quedaba: su propia dignidad.

CARLOS TEJEDA
(1) Artículo publicado en la revista CUADERNOS DE JAZZ nº 119-120, Julio/Octubre de 2010, págs. 58-62.

NOTAS
[2] De hecho, el personaje de Orloff (Pierre Zimmer) vendría a ser un esbozo del Jeff Costello (Alain Delon) de Le samurai.

[3] La filmografía de Melville se completa con Les enfants terribles (Los niños terribles, 1950) basada en la obra homónima de Jean Cocteau quién escribió la adaptación junto a Melville; Quand tu liras cette lettre.../ Labbra proibite (1953) con Juliette Gréco encabezando el reparto; y Deux hommes dans Manhattan (Dos hombres en Manhattan, 1959) la única película que protagonizó Melville. Asímismo el cineasta actuó en pequeños papeles en otros filmes como À bout de soufflé (Al final de la escapada, Jean-Luc Godard, 1959) encarnando al escritor Parvulesco a quien entrevista Patricia Franchini (Jean Seberg) en el aeropuerto, o Landrú (Claude Chabrol, 1963).

[4] Entrevista de Claude Baignères a Jean-Pierre Melville en Le figaro, 4 de noviembre de 1972. Recogido en el libreto incluido en la edición en DVD de Deux hommes dans Manhattan (Versus), pág. 60.

FICHA TÉCNICA
Le deuxième souffle (Hasta el último aliento, 1966)
Director: Jean-Pierre Melville.
Producción: Charles Lumbroso y André Labay.
Guión: Jean-Pierre Melville y José Giovanni basado en la novela Un reglèment de comptes..
Director de fotografía: Marcel Combes
Música: Bernard Gérard.
Diseño de produción: Jean-Jacques Fabre.
Montaje: Monique Bonnot y Michèle Bohem.

REPARTO
Lino Ventura (Gustave Minda),Paul Meurisse (Inspector Blot), Raymond Pellegrin (Paul Ricci), Christine Fabrega (Manouche), Marcel Bozzufi (Jo Ricci), Paul Frankeur (Inspector Fabriano), Dennis Manuel (Antoine), Michel Constantin (Albam), Pierre Zimmer (Orloff), Pierre Grasset (Pascal).