RECUERDO DE UN DIRECTOR (1)
(Centenario Joseph Losey)

Quizá una de las imágenes icónicas creadas por Joseph Losey es aquella en la que las figuras del melifluo aristócrata (James Fox) y su mayordomo (Dirk Bogarde) se reflejan en un espejo cóncavo cuya superficie este último limpia con un trapo en El sirviente (1963). Lúcida crónica sobre las falsas apariencias y el poder en el que se producía un paulatino intercambio de papeles: el siervo, a través de calculadas estratagemas acaba dominando al amo.

Consagración
El film no sólo supuso la consagración de Dirk Bogarde como actor, sino la primera colaboración del director norteamericano con el dramaturgo Harold Pinter que se prolongó en otras dos excelentes radiografías que volvían a incidir en torno a la hipocresía de la alta sociedad: Accidente (1966), reflexión sobre las relaciones cruzadas de un profesor de Oxford -de nuevo Dirk Bogarde- atraído por una joven alumna suya, novia de uno de sus estudiantes y amante, al mismo tiempo, de otro docente; y El mensajero (1971), un film ambientado en la Inglaterra de principios de siglo XX en el que un chico es utilizado como intermediario en la frustrada historia de amor entre una joven aristócrata (Julie Christie) y un granjero (Alan Bates), y que obtuvo la Palma de Oro en el Festival de Cannes.

Stanley Baker y Dirk Bogarde en Accidente (1966)

Prestigio
La fructífera asociación con Pinter además significó la época más dulce para Losey pues, ya cumplidos los 50 años de edad, comenzó a disfrutar las mieles del prestigio. Algo que había comenzado con Eva (1962) en donde el cineasta da un giro a su carrera siguiendo en parte la moda intelectual europea: a su voluntad de estilo se une una cierta vocación de modernidad. Impregnada por la influencia de filmes como La aventura (1960) o La noche (1961) de Antonioni y rodada en Venecia y Roma, Losey dibuja una historia que ya prefigura las pautas de El sirviente: Tyvian (Stanley Baker) es un escritor cuya desmedida atracción por Eva (Jeanne Moreau) le arrastrará a su paulatina anulación como ser humano. Un juego en el que además se pondrá de manifiesto el que será uno de los temas recurrentes de Losey: el fingimiento, algo que se subraya con la presencia de una máscara veneciana con la que juega la pareja protagonista tras una de sus salidas nocturnas.

Este período significó una especie de tregua en la agitada existencia de un director que, nacido el 14 de enero de 1909 en Wisconsin, arrastraba una gran experiencia como director teatral llevando a escena el Galileo Galilei de Bertold Brecht en 1947 y que luego trasladaría a la pantalla en 1975 con Topol, el que fuera el violinista en el tejado, encarnando al astrónomo. Año en el que dirige también su primera película de ficción El muchacho de los cabellos verdes a la que le siguen títulos que navegan por las pautas del cine negro: The Lawless (1950), The prowler (1951), M (1951) una personal versión del film de Fritz Lang o The big night (1951).

Julie Christie y Dominic Guard en El mensajero (1970)

Problemas
Pero también 1951 marcó el comienzo de su convulsa peripecia vital ya que, dada su ideología de izquierdas, fue llamado a comparecer ante la Comisión de Actividades Antiamericanas lo que le condujo a su exilio en Londres. Pero los amplios tentáculos del Mccarthysmo alcanzan las costas inglesas y tiene que rodar sus siguientes títulos bajo los seudónimos de Victor Hanbury y Joseph Walton y que son, respectivamente, El tigre dormido (1954) e Intimidad con un extraño (1956). E incluso, tras una serie de interesantes trabajos como Time without pity (1957), La clave del enigma (1959) o El criminal (1960), rueda Estos son los condenados (1961) bajo los auspicios de la Hammer.

Pero los años de su reconocido prestigio, los de su asociación con Pinter, los de Rey y patria (1964), e incluso en los que concibió Modesty Blaise (1966) una suerte de James Bond femenino interpretado por Monica Vitti, o Ceremonia secreta (1968) aunque ambos de menor calidad, se tornaron en amargura: Joseph Losey contempló en vida como su figura y su reputación se iban diluyendo en los brazos del olvido. Algo a lo que contribuyeron discretos trabajos como es el caso de El asesinato de Trosky (1972), Una inglesa romántica (1975) o Las rutas del Sur(1978), a pesar de otros títulos de mayor interés como El otro señor Klein (1976) con Alain Delon o Don Giovanni (1979) en la que filma la opera de Mozart siguiendo, en cierta medida, la estela de films como La flauta mágica (Ingmar Bergman 1975).

Sea como fuere, cuando Joseph Losey cerró sus ojos definitivamente un 22 de junio de 1984, su figura se hallaba sumida en la indiferencia. Y, por caprichos del destino, quizá su obra, al igual que el mayordomo de El sirviente, acabó sometiendo a su amo a la desmemoria.

CARLOS TEJEDA
(1) Artículo publicado en el suplemento cultural ABCD LAS ARTES Y LAS LETRAS nº884, semana del 10 al 16 de enero de 2009, pp. 46-47.
Losey durante el rodaje de Tiempo sin piedad (1957)