LA IDENTIDAD ARREBATADA (1)

Marjane Satrapi no podía imaginar cuando comenzó a dibujar Persépolis que su primer volumen acabaría siendo galardonado con el Premio al Autor Revelación (Coup de coeur) del Festival International de la Bande Dessinée (Salón del Comic) de Angoulême en 2001, quizá el evento más importante de Europa dedicado al mundo de la historieta. Tampoco pudo prever que al año siguiente, en esa misma feria, volvería obtener una nueva distinción, esta vez al Mejor Guión, con el segundo álbum de la serie, aparte de los reconocimientos que ha cosechado fuera de las fronteras galas. Ni tan siquiera podría haber imaginado la ilustradora iraní, al término del cuarto y último tomo, en 2003, que acabaría trasladando su aventura gráfica al celuloide, con la ayuda de Vincent Paronnaud. Y menos aún que ganaría el Premio Especial del Jurado del Festival de Cannes de 2007.

De carácter independiente, rodada sin grandes medios técnicos ni económicos y con una estética muy alejada de la que caracteriza a los filmes de las omnipotentes productoras de cine de animación, Persépolis pertenece a ese conjunto de películas que logran salir a la luz por sus cualidades intrínsecas y acaban convirtiéndose, por sí mismas, en un fenómeno cinematográfico y social. Lejos de los arquetipos clásicos del género, el filme de Satrapi es un rompecabezas que aglutina varios aspectos: es, al mismo tiempo, una crónica sobre la identidad, una defensa de la libertad y los derechos humanos, una denuncia contra la discriminación y una crítica hacia la violencia, a la vez que un diario juvenil del despertar a la vida y un relato sobre la esperanza.

Con tintes autobiográficos, la historia que relata Satrapi en Persépolis se inicia en 1979. Desde su vivienda, a Marjane le llegan difusos ecos de un convulso Teherán que se opone al régimen del Sha. Pero ella es una niña precoz y soñadora de 10 años que vive en un ambiente progresista y observa los acontecimientos desde la perspectiva que le da su edad. A partir de ahí, Satrapi traza la evolución de la protagonista, sus actitudes y sus pensamientos ante los principales sucesos históricos del país, y los suyos propios, durante varias etapas de su vida, y siempre desde su mirada.

Los nuevos aires de esperanza que parecen aflorar tras la deposición del emperador se vienen abajo con la subida al poder de los fundamentalistas, cuya férrea opresión ahoga las libertades de un pueblo al que se le impone el velo y la cárcel, situación que se recrudecerá al estallar la guerra con Iraq. Este clima no impide a la adolescente Marjane manifestar su espíritu transgresor y contestatario, pero, ante la virulencia de los acontecimientos, sus padres deciden enviarla a Viena. Allí, aunque la realidad será bien distinta, la protagonista sufrirá la incomprensión de los occidentales, puesto que, debido a sus orígenes, la identifican con el integrismo islámico, precisamente la causa el motivó su huída.


Pero la nostalgia hace que Marjane regrese a su país, aunque le suponga ponerse el velo y vivir bajo el yugo de la intolerancia. De hecho, en la escuela de arte en la que se matricula, un profesor les explica El nacimiento de Venus de Botticelli mostrando una reproducción del cuadro en el que la desnudez de los cuerpos ha sido censurada. Sin embargo, y a pesar de su desafiante lucha contra la intransigencia, la joven acabará dándose cuenta que su vida estará en otra parte.

A pesar de la dureza y la amargura que emanan sus imágenes, Persépolis es un filme con vocación de denuncia salpicado con notas humorísticas como contrapunto al drama, aunque algunas de ellas caen en la trivialidad típica de historias de adolescentes. Al fin y al cabo, la realidad que representa Satrapi es la que va observando y codificando la propia Marjane acorde a la edad que tiene en cada uno de sus períodos vitales. Lo que observa siendo niña o bien la información que recibe oralmente, la traduce a través de su propia imaginación. Para ello, la dibujante iraní recurre a distintas estrategias visuales como la utilizada en el relato que narra su tío sobre la subida al poder del Sha, ilustrado a través de la estética del teatro de sombras cuyos arabescos y filigranas, que forman parte tanto de las marionetas como de los elementos, subrayan ese modo fantasioso en que la niña percibe el relato. Esa ilusión se desvanecerá justo al término de la narración, vuelta a la vida real, a la austeridad, a un ambiente gris corrompido por el despotismo. Pero, a la vez, se plantea un alentador apunte sobre el poder de la imaginación, única capacidad que la intolerancia no puede aplacar.

Y es que una de las grandes cualidades de la película es precisamente su concepción visual. Es una historia estructurada por medio de flashbacks que se corresponden cada uno con los recuerdos que una Marjane de treinta y tantos rememora en la sala de espera de un aeropuerto de París: únicas imágenes en color, las del presente en la terminal, y enlaces, al mismo tiempo, de los fragmentos del pasado, en blanco y negro. Quizá por que el horror no tiene tonalidades, pero también por elección estética. Llaman la atención asimismo las formas de las figuras, que no sólo expresan el estilo de la autora, sino que son también una miscelánea entre los rasgos del dibujo destinado al público infantil y los de las historietas para adultos. Es decir, una imaginería que navega entre el comic y el tebeo. Podemos destacar, por ejemplo, la representación estilizada de la protagonista y de los miembros que forman parte de su entorno, cuyos contornos están remarcados por líneas negras, frente a las oscuras siluetas de los manifestantes sobre fondos más difusos. De hecho, Satrapi concibe seres bidimensionales -no hay sombras, o lo que es lo mismo, sensación de tridimensionalidad-; son figuras rotundas, planas, en contraste con los fondos estáticos, algunos de ellos tratados con textura pictórica.


Son efigies y escenarios con los que la directora articula cuidadas composiciones que, según la acción o situación, se ven enfatizadas por la combinación de distintos puntos de vista: de primerísimos planos a panorámicas, de picados a contrapicados; y todos ellos encadenados a través de un ágil montaje. También pueden verse encuadres salpicados de influencias, no sólo de la imaginería del comic, como antes se ha dicho, sino también cinematográficas, en particular del Expresionismo Alemán y del Neorrealismo italiano, referencias de las que Satrapi ha reconocido en varias ocasiones su influjo en la concepción de la película. Puede señalarse, a este respecto, la práctica ausencia de escalas de grises en beneficio de fuertes contrastes, como sucede en las secuencias de las protestas, en las que la blanquecina neblina realza las sombrías siluetas de los manifestantes, creando una tétrica atmósfera que amplifica, si cabe, el drama. O la masa negra y plana que forman Marjane y sus compañeras de estudios embutidas en sus velos, sobre los que destacan sus manos y sus rostros, concebidos éstos con simplicidad, mediante apenas unas líneas, en beneficio de las expresión del semblante, al que se imprime así una mayor gravedad emocional.

Esta estética se ve apoyada por el uso de la metáfora, con la que Satrapi va acentuando la evolución en la percepción de la protagonista. Así, presenciamos desde sus conversaciones con un Dios imaginario -sin rasgo alguno que lo identifique con una religión concreta- en su infancia, hasta el choque entre Dios y Marx en su adolescencia. De su ingenua declaración de principios en la preadolescencia a la casete de Iron Maiden adquirida en el mercado negro o la camiseta cuya parte posterior luce la inscripción «Punk is not dead» en alusión a su rebeldía juvenil.

Marjane finalmente recuperó su identidad, aquella que la intransigencia le había negado y que reclamaba a gritos mientras cantaba Eye of the tigre.

CARLOS TEJEDA
(1) Artículo publicado en LÁPIZ, Revista Internacional de arte, nº 240/241, Febrero/marzo, 2008, pp. 146-153.