EL TORMENTO DE LA ADICCIÓN (1)
The connection (Shirley Clarke, 1959)

Fiel a su espíritu de denuncia, Shirley Clarke mostró las sombras del American way of life en The connection (1959) retrato de un grupo de toxicómanos hacinados en un sórdido apartamento neoyorquino, que esperan angustiosamente la llegada del traficante con la tan ansiada dosis. Desalentador relato en el que Freddie Redd, Jackie McLean, Michael Mattos y Larry Ritchie no sólo se hicieron cargo de la música, sino que se interpretaron así mismos.

Shirley Clarke (1925-1997) había dirigido inicialmente su vocación artística hacia la danza, estudiando en la Bennington School of Dance y posteriormente con Martha Graham, cuando el cine se cruzó en su camino. De hecho, sus iniciales trabajos cinematográficos son cortometrajes de corte documental(2) dedicados al baile: Dance in the sun (1953) con el bailarín Daniel Negrin o A moment in love (1957). Miembro fundador del New American Film Group (1960) e integrante de la Escuela de Nueva York, frecuenta el círculo de cineastas independientes que se reúnen en Greenwich Village, entre los que se encuentran Maya Deren, Stan Brakhage y Jonas Mekas. Es la época en el que un emergente espíritu contestatario, que eclosionaría en los años sesenta, se traduce a través de una corriente contracultural que alcanza a todas las disciplinas artísticas: el expresionismo abstracto de Pollock y los inicios del Pop Art en pintura, la generación Beat de Kerouac y Ginsberg en literatura, las vanguardistas propuestas musicales de John Cage, la Modern Dance de la citada Martha Graham; o la creación del Living Theatre, deudores del Happening y seguidores del ideario de Antonin Artaud, en el terreno teatral.


Del teatro al cine
Y precisamente es el Living Theatre, grupo fundado por Julian Beck y Judith Malina en 1951, el que lleva a escena The connection obra del dramaturgo Jack Gelber (1932-2003), estrenándola el 15 de julio de 1959. Agria historia de un grupo de adictos a las drogas cuyos panegíricos resultaron incómodos a una buena parte de la sociedad americana, acarreando con ello las consiguientes polémicas.

La trama tiene lugar en un mísero apartamento donde languidecen Leach su dueño, el fornido Solly (Jerome Raphel), Ernie (Garry Goodrow) músico fracasado, que de vez en cuando sopla la boquilla del saxo que ha empeñado, Sam (James Anderson) casi siempre recostado en una mugrienta cama, el propio Freddie Redd en todo momento sentado ante su piano, y en un rincón Michael Mattos, el contrabajista. Al poco de comenzar la acción llegarán a la ruinosa estancia Jackie McLean con su saxo y Larry Ritche, portando los platillos de su batería. Todos aguardan impacientemente la llegada de Cowboy (Carl Lee), el traficante que les suministra habitualmente las dosis. Seres marginales que a su vez están siendo filmados en todo momento por Jim Dunn (Willian Redfield), y su cameraman J. J. Burden (Roscoe Lee Browne) con el objetivo de hacer un documental realista sobre el mundo de la droga. Ante el objetivo se irán sucediendo tensiones, disputas verbales, desesperadas idas y venidas por el reducido espacio. Pero también la cámara será su confesionario: expresan su sufrimiento, relatan sus historias particulares o simplemente reflexionan sobre su trágica condición: «El suicidio es inhabitual entre nosotros. La sobredosis de heroína es el límite que hay entre la vida y la muerte, que oscila en la brisa silenciosa de un verano en éxtasis. Un yonqui hace una historia sobre el desvanecimiento. Es una existencia en otra dimensión, sea por aligerar el sufrimiento, sea por susurrar la muerte. Poco importa» manifiesta Solly en su soliloquio.


Un falso documental
Apenas un par de años después del estreno de Shadows (John Cassavetes, 1959), Shirley Clarke(3) lleva a la pantalla la obra de Gelber que, al igual que su representación teatral, tampoco pasa desapercibida a las iras. Quizá vista desde una perspectiva actual no haya soportado suficientemente bien el paso del tiempo, pero la audacia en sus planteamientos formales, su concepción en cuanto a puesta en escena, así como el tratamiento de un tema tan delicado, en aquellos tiempos, como el mundo de la droga, la sigue convirtiendo en una película de innegable interés. Rodada en un único escenario a base de largos planos-secuencia muy en la línea de los postulados del cinéma verité, el primer largometraje de Clarke es un falso documental: la trama está narrada desde la mirada de los dos ficticios documentalistas como avisa el rótulo inicial: «Jim Dunn, director de documentales ha titulado este filme The Connection y me ha dado las imágenes antes de partir. Yo era su cámara y todo lo filmamos en un apartamento de yonquis una tarde de otoño. Soy enteramente el responsable del montaje de este material. Lo hice lo más honestamente posible. J. J. Burden».

Trama que precisamente Clarke concibe desde dos puntos de vista: a lo rodado por el cameraman, se suman las imágenes captadas por el tomavistas que lleva consigo el propio Dunn. Verosimilitud que se acentúa con las irrupciones iniciales del director dentro del encuadre, mientras Burden sigue filmando: en un momento dado hace las consiguientes indicaciones no sin pequeñas reticencias por parte del grupo de heroinómanos, para después acercase a la cámara y dar las pertinentes instrucciones a su operador. Personaje éste último del que se oye su voz en off y que aparecerá fugazmente a escena en señaladas ocasiones. Pero la presencia de Dunn en la película irá aumentando hasta acabar adentrándose paulatinamente en el propio microcosmos que está filmando; o lo que es lo mismo, el ansia de un perfeccionista Dunn por mostrar la auténtica realidad de la drogadicción terminará convirtiéndole en partícipe de la misma, tornándose la cámara de Burden en testigo visual de su descenso a la heroína. A partir de ello, Clarke concibe el montaje combinando las tomas obtenidas a través de los dos aparatos. Si lo que filma Burden son vistas generales desde puntos concretos del recinto, por el contrario Dunn captará, cámara en mano, los primeros planos de los rostros, se mezclará con ellos, seguirá sus movimientos, a la vez que irá recogiendo los pequeños detalles dispersos por el entorno. Es decir, la cineasta se sirve de las miradas de los dos personajes para cimentar la suya propia.



La música
Inicialmente Gelber había anotado en su manuscrito que durante la representación debía oírse jazz en la tradición de Charlie Parker. Pero un amigo común hizo que el dramaturgo conociese a Freddy Redd, quien finalmente no sólo compondría la música, sino que saldría al escenario junto a Jackie McLean, Michael Mattos y Larry Ritchie interpretándose todos ellos a si mismos(4). Medio año después del estreno de la obra, en febrero de 1960, entran en el estudio de grabación bajo el auspicio de Ruby Van Gelder y la Blue Note(5). Para más tarde protagonizar, con el resto del reparto original del montaje teatral, la adaptación cinematográfica.

Los siete temas que escribió Redd están repartidos a lo largo de la obra, a modo de intermedios musicales. Composiciones que fluyen por las directrices de Hard Bop, a la vez que desprenden fuertes influencias de músicos como Thelonious Monk o Bud Powell. Pese a la fama que adquirió en su momento la banda sonora y a las expectativas creadas por el propio Redd como músico, la realidad es que, a nivel compositivo, la partitura resultante no se sale de los límites de la corrección formal, que por contra hace que el conjunto desprenda una cierta monotonía. Si bien es cierto que la versión discográfica posee una mejor calidad en todos los aspectos que la que ofrece la propia película. Pese a ello, desde el primer tema Who Killed cock Robin? hasta el último O.D. (Overddose), es evidente la complicidad de un cuarteto en el que destaca indudablemente el pulso de Jackie McLean, cuyos enérgicos fraseos vienen a revitalizar unas composiciones ya de por sí algo apagadas. A pesar de que en un momento dado, un barrido de la cámara de Dunn por la destartalada residencia se detiene unos segundos en una vieja foto de Charlie Parker.

CARLOS TEJEDA
(1) Artículo publicado en la revista CUADERNOS DE JAZZ, nº 103, noviembre/diciembre de 2007, pp. 44-46.

NOTAS
(2) Otro de los hitos de Shirley Clarke es un documental: Portrait of Jasón (1967) en la que la cineasta entrevista a un homosexual de color.

(3) De hecho, Shirley Clarke no sólo recurrió en otras ocasiones a músicos de Jazz para sus bandas sonoras caso de The cool word (1964), crudo retrato de un grupo de adolescentes de color en las calles de Harlem avocados a una vida criminal, cuya partitura original fue compuesta por el pianista Mal Waldron; sino que consagró un documental al saxofonista Ornette Coleman: Ornette: made in America (1985).

(4) No obstante en las numerosas representaciones teatrales de The connection intervinieron otros músicos como Tina Brooks, que sustituyó durante un tiempo a McLean. Así mismo el Cecil Taylor´s Quartet con Archie Shepp que suplieron a la formación original durante tres semanas en 1960; o el mismísimo Dexter Gordon, que interpretó y escribió la música para el montaje de la obra en Los Ángeles. Su disco Dexter Calling (1961) en Blue Note incluye tres de esas composiciones: Soul sister, I want more y Ernie´s tune.

(5) Cuatro meses más tarde Redd volvió a grabar la música de The connection, pero esta vez con en trompetista Howard McGhee, el saxofonista Tina Brooks, el bajista Milt Hinton y el baterista Ossie Davis para el sello británico Felsted.

Ficha técnica y artística

THE CONNECTION (1961)
Dirección: Shirley Clarke.
Producción: Lewis Allen & Shirley Clarke.
Guión: Jack Gelber basado en su propia obra teatral.
Fotografía: Arthur J. Ornitz (B/N).
Música: Fredie Redd.
Montaje: Dede Allen.
Dirección Artística: Albert Brenner.
Reparto: Warren Finnerty (Leach), Jerome Raphel (Solly), Garry Goodrow (Ernie), James Anderson (Sam), Carl Lee (Cowboy), Barbara Winchester (Sister Salvation), Henry Proach (Harry), Roscoe Lee Browne (J. J. Burden), Willian Redfield (Jim Dunn), Freddie Redd (pianista), Jackie McLean (Saxofonista), Michael Mattos (Contrabajista) y Larry Ritchie (Baterista).