RETRATO DE NANA CON PARÍS AL FONDO (1)
Crítica de Vivre sa vie (Film en douze tableaux) de Jean-Luc Godard, 1962


De los enormes ojos de Nana (Anna Karina) brotan unas lágrimas ante las imágenes de La pasión de Juana de Arco de Dreyer que contempla en un cine parisino. En ella Renée Falconetti, es decir Juana de Arco, también con los ojos lacrimosos, se prepara para la muerte ante el sacerdote encarnado por Antonin Artaud. El primerísimo plano de la condenada a la hoguera se combina con el de una llorosa Nana. La misma a quien la portera no ha dejado entrar en su apartamento, que trabaja de dependienta en una tienda de discos, que pide un préstamo de 2000 francos o que se acaba de separar de un tal Paul, para luego, mas tarde, convertirse en prostituta.

Godard apenas dibuja unos trazos sobre la historia de la protagonista, tampoco analiza los motivos de su decisión. No le interesan. Lo que le importa es Nana, desnudar su alma, profundizarla, explorarla, observarla, contemplarla. Y para ello, el director, casi como un voyeur, ayudado por la espléndida cámara de Raoul Coutard, sigue a una Anna Karina -en aquella época pareja sentimental del realizador- en estado de gracia, y la persigue, consiguiendo robarle sublimes planos de su rostro, de sus gestos, de sus miradas. Como los del inicio del filme, cuyos créditos se van superponiendo sobre un primer plano de su perfil izquierdo, luego su cara y después su lado derecho. El espectador ya sabe entonces que el filme es Nana, o Nana es el filme. Porque el director de Al final de la escapada (1959) hará, al igual que esa redacción escrita por una niña sobre una gallina, la que le comenta Paul a Nana, al principio de la película: «La gallina tiene un interior y un exterior. Quítese el exterior y encontraremos el interior. Quítese el interior y daremos con el alma». Y en esa búsqueda Nana acabará reafirmándose a través de la prostitución. De hecho, Godard ya ha lanzado un aviso al comienzo del metraje con una cita de Montaigne: «Hay que prestarse a los demás y darse a si mismo».

Fiel a su espíritu inconformista, y en pleno apogeo de la Nouvelle Vague, Godard abordará su tercer largometraje, con una gran libertad formal, tanto en su concepto estructural como por el libre empleo del lenguaje narrativo y estético. La organiza en doce cuadros, es decir, doce fragmentos de la vida de Nana, poniendo a cada capítulo pequeños epígrafes que informan al espectador lo que va a acontecer. A su vez, dentro de cada pieza va colocando estratégicamente trozos de música, de silencios y textos –leídos con voz en off o en forma de diálogo, como el del cuadro undécimo de Nana con el filósofo Brice Parain disertando sobre la naturaleza de la palabra y el pensamiento-, completando un sólido engranaje fílmico.

Así mismo, Godard recurre a diferentes estrategias estéticas en la puesta en escena de cada cuadro lo que le da al filme una mayor riqueza visual: Nana y Paul, de espaldas a la cámara en todo momento, conversando, sentados en la barra de un café, en el capítulo inicial; el largo plano secuencia que sigue en todo momento a Nana en la tienda de discos donde trabaja y que abarca el segundo fragmento; el octavo, un pequeño documental donde, una voz en off expone todo un tratado sobre la prostitución, o en el último cuadro, la lectura de un trozo del Retrato oval de Poe, donde Nana y su joven amante dialogan en silencio, es decir, no se escuchan sus voces pero si se lee lo que se dicen a través de rótulos superpuestos; por citar algunos ejemplos.

Y detrás de ella, como fondo, un París brillantemente fotografiado en blanco y negro. No el turístico, sino en el que Nana vive su vida.

CARLOS TEJEDA
(1) Crítica publicada en la revista KANE3, nº 10, julio/agosto de 2006, pp. 28-29.

VIVRE SA VIE, 1962.
Dirección y guión: Jean-Luc Godard. Fotografía: Raoul Coutard. Música: Michel Legrand. Montaje: Agnès Guillemont. Intérpretes: Anna Karina (Nana), Sady Rebbot (Raoul), André Labarthe (Paul), Guylain Schlumberger (Yvette), Gérard Hoffman, Monique Messine, Paul Pavel, Dimitri Dineff, Peter Kassowitz, Brice Parain.