LOBOS DEL NORTE / HENRY HATHAWAY, 1938 (1)

Lobos del Norte (Spawn of the north, 1938) pertenece a ese grupo de películas que magnifican a esos otros héroes, los anónimos, en este caso los pescadores de salmón en Alaska y su aventura cotidiana por la supervivencia, muy lejos de arquetipos mas cercanos a la leyenda como es el caso del capitán Horatio Hornblower (El hidalgo de los mares, Raoul Walsh, 1951), por citar un ejemplo. Además es un notable filme cuya construcción sigue las pautas del western (de hecho los siete primeros largometrajes de Hathaway son adaptaciones basadas en Zane Grey, aparte de los numerosos títulos que consagró al género): los ganaderos aquí son pescadores; si unos defienden los pastos de sus tierras, los otros protegen sus trampas para capturar el salmón; los ladrones de ganado aquí roban pescado, los caballos son pequeñas embarcaciones y ambos establecen su propia ley y orden. A esto se añade el esquema argumental, es decir, dos amigos de la infancia, que han tomado caminos opuestos. Uno es dueño de un pequeño negocio y el otro un aventurero sin hogar fijo. La aparición del villano será el detonante de la historia en la que cada uno de los dos tomará partido por un bando según sus propias convicciones. Y culminará con un duelo final, en este caso de barcos, bajo el espectacular escenario de los hielos.

Cuando Henry Hathaway rodó Lobos del Norte era por aquel entonces un director de cuarenta años de edad con casi una veintena de largometrajes a sus espaldas. Títulos como Tres lanceros Bengalíes (The lives of a Bengal Lancer, 1935; paradójicamente su única nominación para el Oscar al mejor director) o Sueño de amor eterno (Peter Ibbetson, 1935), habían puesto de manifiesto su gran talento. Si bien parte de su filmografía estuvo dedicada al western, esto no fue óbice para que navegase con éxito por otros géneros como el cine negro -El beso de la muerte, (Kiss of death 1947)-, o el de aventuras al que volvería en numerosas ocasiones -después de terminar Lobos del Norte realizó La jungla en armas (The real glory, 1939), espléndido film con Gary Cooper a la cabeza-. Para la película del presente análisis, el director de Niágara (id, 1953) contó con una excepcional pareja de guionistas: Jules Furthman y Talbot Jennings, nominados pocos años antes al Oscar por Rebelión a bordo (Mutiny on the Bounty, Frank Lloyd, 1935). Además Furthman había sido un estrecho colaborador de Josef Von Sternberg, logrando después un mayor prestigio al trabajar en guiones de la talla de Tener o no tener (To have and have not, 1944) o El sueño eterno (The big sleep, 1946), ambas de Howard Hawks.

La película se inicia con una secuencia en tono de documental: la descripción del itinerario que sigue el salmón al remontar el río para efectuar el desove y las vicisitudes que atraviesa durante el recorrido, desde su marcha a contracorriente de las aguas hasta esquivar los ataques de depredadores. De una manera simbólica, Hathaway pone en antecedente al espectador sobre lo que se va a encontrar durante el desarrollo de la trama con el plano, por ejemplo, de un águila arrebatando un pescado a unos oseznos, al igual que hará el orondo ladrón ruso Red Skain (Akim Tamiroff) cuando sustrae las capturas de los pescadores.

Hathaway traza el antagonismo entre los dos personajes principales ya en la secuencia inicial, con la llegada, después de una larga ausencia, del trotamundos Tyler Dawson (George Raft), y el reencuentro con su amigo de la infancia Jim Kimmerlee (Henry Fonda), un responsable propietario de una pequeña conservera. Disparidad que se acentúa no sólo con el nombre de sus respectivas embarcaciones, sino con sus actitudes: Dawson susurrando una canción («desearía ser un sauce en el río y así no tendría que ganarme la vida») en su barco Who cares (A quien le importa) frente a la imagen del Old reliable (Digno de confianza) de un Jim faenando con ahínco en sus trampas del salmón. Estas diferencias serán aún mayores al rechazar Jim la oferta de Dawson para ir juntos al Ártico y cazar focas en una goleta que acaba de adquirir a plazos. Después de su primer encuentro con Red Skain, en el cual se pone de manifiesto la todavía sólida amistad de los dos protagonistas, Dawson llega a la pequeña aldea pesquera. Hathaway subraya aún mas el carácter informal del aventurero con el recibimiento en el agua de la foca Skiner a la que pone un liguero en el cuello mientras le dice «Mira lo que te traje. Es de la única rubia del Ártico». Y todo ello ante la mirada resignada de su chica Nicky Duval, (Dorothy Lamour) propietaria de un pequeño hotel.

Escena esta última, que a su vez es presenciada por el periodista local Windy (John Barrymore), figura que da el toque de humor a la película por su desmedida afición a soltar pomposas verborreas poéticas, “traducidas” habitualmente con una cierta resignación por su ayudante Jackson (Lynn Overman): «Jackson, otra noticia: podemos observar una vez más la radiante belleza del verano de Alaska. Nos regocijamos con el regreso de los peces, las moscas, las aves, las flores y con dar la bienvenida al granuja de Tyler» dicta en voz alta. Al solicitarle que vuelva a leer el texto, el empleado traduce: «Tyler Dawson regresó hoy. Punto».

Los personajes femeninos servirán a Hathaway para acentuar aún más, si cabe, las diferencias de personalidad entre los dos protagonistas. La recién llegada hija de Windy, Dian (Louise Platt, actriz de corta filmografía, recordada por su papel de Lucy Mallory en La diligencia de John Ford, 1939), y amiga de la infancia de los dos camaradas, es una joven elegante que acaba de terminar sus estudios universitarios. Al contrario que Nicky, una mujer sencilla de pasado ajetreado, que regenta la humilde hospedería del pueblo. Si bien son completamente opuestas tienen un punto en común: el amor y todo lo que implica consigo. Si a Dian, la naturaleza asentada de Jim parece ofrecerle un futuro mas seguro, por el contrario, el deseo de Nicky, pese a sus esfuerzos, de establecerse con Dawson hace aguas a cada momento, debido al talante aventurero de éste. De hecho, en la secuencia en la que Dian se instala en una habitación del hotel, su padre le habla sobre la fragilidad de la relación que une a los dos amigos, compañeros de fechorías en el pasado; pero Jim ahora está dentro de la ley y «no hay nadie más terco defendiendo la moralidad que un pecador reformado» sentencia el viejo periodista.

En un momento de la película, los pescadores se unen para defenderse ante los ladrones, repartiendo, un poco más tarde, una octavilla donde se comunica que al que sorprendan robando pescado se le castigará con la muerte. La ley y el orden se ha establecido. De ahí que el punto culminante de la narración se halla en la escena en la que Jim encuentra a Dawson saqueando una de las trampas. Tras apuntarle con un rifle, surge el conflicto interno: el dilema moral entre cumplir la ley o respetar la vida de su amigo, es decir, entre la razón y el sentimiento. Su integridad hace que apriete el gatillo, quebrando de esta manera su amistad. Sin embargo, el acatamiento de la ley no evita la crisis de conciencia de Jim, y en un último intento por recuperar los vínculos, visitará a Dawson, que yace malherido en una de las habitaciones del hotel. Dawson rechaza a Jim a pesar de que las dos mujeres han intercedido entre ellos. Hathaway, al igual que hará Peckinpah con sus héroes, llevará a un moribundo Dawson, en el duelo final, a la única salida digna que le queda: su sacrificio, al proteger la vida de Jim, obteniendo de éste modo su salvación

Pero Lobos del Norte también es un canto a la naturaleza quedando patente en dos magníficas secuencias. El baile nocturno, donde afloran las primeras voces demandando protección frente a los ladrones de pescado, que es interrumpido por un canto ritual indio que invoca fortuna para la pesca del salmón. La otra, quizá uno de los momentos más emotivos, es aquella en la que los pescadores van ha recoger hielo de los iceberg para la mejor conservación de sus capturas. Vociferan cada uno el título de una canción. Un trozo de hielo cae cuando Jim grita «Mother McCree». Entonces su ayudante comienza a entonarla: «Me encanta el plateado que brilla en tus cabellos, y las orgullosas arrugas de dolor que surcan tus mejillas. Te besé los dedos, así que hazlo por mi. Oh Que Dios te bendiga y te guarde Madre McCree» Al dar la nota aguda al final se desprende un enorme trozo de hielo. Como ese que al final concede a Dawson la redención.

CARLOS TEJEDA
(1) Artículo publicado dentro del Dossier «Aventuras en el mar» (2ª parte), en DIRIGIDO POR, nº 357, junio de 2006, pp. 43-44.