KORDA EL AVENTURERO (1)

Las largas veladas nutridas con lecturas de libros de aventuras embriagaron la infancia de los hermanos húngaros Alexander (1893-1956) y Zoltan Korda (1895-1961), hasta tal punto que, años después, y con el pequeño de la saga, Vincent (1897-1979), hicieron realidad algunos de esos sueños, aunque fueran de cartón piedra. Alexander se convirtió en el gran magnate del cine británico en los años treinta, y parte de los cuarenta. Su intensa vida social hizo que se codeara con innumerables personalidades como el escritor H. G. Wells o el propio Churchill, por cuya mediación obtuvo el título de Sir en 1942, convirtiéndose en el primer cineasta en lograr tal distinción.

Alexander se inicia en 1914 como director de cine en su país natal llegando a firmar más de una veintena de títulos mudos. En 1919 emigra a Alemania, donde conocerá a uno de sus futuros estrechos colaboradores, el dramaturgo y guionista Lajos Biró cuyo “Hotel Imperial” adaptará Billy Wilder a la pantalla con el título de Cinco tumbas al Cairo (1943). Después de varias películas como La moderna Dubarry (1927), en la que aparecía una jovencísima Marlene Dietrich, prueba fortuna al otro lado del Atlántico, en Hollywood, donde dirigirá una decena de películas que tendrán escasa resonancia. El dramático desplome de Wall Street en 1929 acelera su regreso al viejo continente recalando en París, donde volverá a ponerse detrás de una cámara dos veces más: Rive gauche (1931) con Robert Arnoux y Marius (1931), adaptación de una obra de Marcel Pagnol.

Al año siguiente se instala en Inglaterra fundando la London Films. Su atracción por los personajes históricos le llevará a concebir uno de sus mejores trabajos como director: La vida privada de Enrique VIII (1933). Para ello, contó con la presencia de un desmesurado Charles Laughton en el papel del rey y Merle Oberon (que será la segunda mujer del realizador), como Ana Bolena, aparte de los lujosos decorados obra de su hermano Vincent. La visión, con toques humorísticos, sobre las andanzas del monarca y sus seis mujeres supuso un triunfo sin precedentes, tanto de público como de crítica, y lo que es más, fuera de sus fronteras. Para el ego del cineasta quedaba patente que una producción británica podía competir con Hollywood. Y construye los Dorham Studios dotándolos con los medios más modernos del momento. En ese estado de buena esperanza, Alexander filma quizá su mejor película como director y, para muchos, uno de los mejores biopics del séptimo arte: Rembrandt (1936), excelente recreación del artista holandés con una brillante interpretación de Laughton en su encarnación del genial pintor de Leiden.

Diversos géneros
Como productor cultivará diversos géneros: la ciencia ficción (La vida futura de W. Cameron Menzies, 1936), la comedia (El fantasma va al oeste, René Clair, 1935), el espionaje (Ondas misteriosas, Tim Whelan, 1939; El espía negro, Michael Powell, 1939), las aventuras (La pimpinela escarlata, Harold Young, 1935) o el histórico (La condesa Alexandra, Jacques Feyder, 1937). Y también un grupo de filmes de escenarios coloniales y que su hermano Zoltan se encargó de dirigir: Elephant boy (co dirigida con Robert Flaherty, 1937) que aquí se tituló Sabú, nombre del actor infantil indio con el que los Korda repetirían en El libro de la selva (1942); Revuelta en la India (1938), o Las cuatro plumas (1939), un clásico sobre la heroicidad y la cobardía. Su otro gran éxito a nivel comercial será El ladrón de Bagdad (1940) que tuvo varios directores, entre ellos Michael Powell.

Luces y sombras
Paralelamente, Alexander aún dirigirá algunas películas más: The pivate life of Don Juan (1934), revisión del mítico seductor encarnado por un marchito Douglas Fairbanks, o Un marido ideal (1947) que cerró su filmografía como director. Pese a sus descalabros económicos, aún produjo títulos de la talla de Ser o no ser (Lubitsch, 1942) o El tercer Hombre (Reed, 1949). Al final, del Alexander emprendedor, hábil y mundano, con sus luces y sus sombras, paladín de sus hermanos, queda, como en todos los grandes artistas, un buen puñado de sueños, los mismos que tuvieron aquellos niños húngaros con sus noctámbulas lecturas.

CARLOS TEJEDA
(1) Artículo publicado en el suplemento cultural ABCD DE LAS ARTES Y LAS LETRAS del diario ABC, nº 729, semana del 21 de al 27 de enero de 2006, p. 53.