ARQUITECTURAS EFÍMERAS, ESPACIOS SOÑADOS (1)

Hasta que en la década de los cincuenta, los enfants terribles de la Nouvelle Vague reivindiquen la figura del director, como autor, más allá del mero artesano, para el gran público sólo había existido la figura de los actores. Pero muchos profesionales han sido, bajo el anonimato del “estar detrás de la pantalla”, los que contribuyeron con su talento al engrandecimiento de la fábrica de sueños. Entre ellos, los directores artísticos, término americano que adoptaron los decoradores españoles, a partir de los años 60.

Los primitivos decorados siguen las pautas de la tramoya teatral: telones pintados al aire libre, firmemente sujetos para soportar las inclemencias del tiempo, pues se rodaba sólo con luz de día. Se levantarán después los primeros estudios, estructuras acristaladas a modo de invernadero, siendo en España uno de los primigenios el construido, en Horta, por Fructuoso Gelabert, con el que aparece acreditado el primer nombre de un decorador: Vicens Raspall, en Los guapos de la vaquería del parque (1905). Y otro pionero, Segundo de Chomón, autor de El hotel eléctrico (1905), ya utiliza en aquella época ingeniosos efectos especiales, animaciones y maquetas.

En los años veinte, comienza a florecer la industria cinematográfica española, erigiéndose nuevos estudios en Madrid y Barcelona a modo de naves: Madrid Films (1923), Films Española (1923), Omnion Cine (1927), etc. Se pasa al espacio tridimensional delimitado por tres paneles, al que se agregan objetos reales, el atrezzo, para dar más veracidad al escenario. Y se erigen decorados al aire libre, con mayor realismo, como hará Emilio Pozuelo, al reproducir una calle madrileña en La verbena de la Paloma (Buchs, 1921). Otros notables creadores del momento serán José María Torres (Nobleza Baturra de Florián Rey, 1935), y Paulino Méndez, autor de un insólito decorado para la época: una casa seccionada que permite contemplar varias acciones al mismo tiempo, en El héroe de Cascorro (E. Bautista, 1929).

El cine español conoce un mayor esplendor en los años treinta: llega el sonoro, se fundan nuevos estudios como C.E.A, Roptence, o E.C.E.S.A., y surgen decoradores del prestigio de Fernando Mignoni, creador de clásicas escenografías como La verbena de la paloma (B. Perojo, 1935), Alfonso de Lucas (Don Juan de Serrallonga, R. Gascón), el arquitecto Luis M. Feduchi, o Pedro Schild, un notable escenógrafo que ya había trabajado en filmes tan emblemáticos como La rueda (1927) de Abel Gance o Un perro andaluz (1929) y L´Age d´or (1930) de Buñuel y había trabajado en la UFA. Instalado en España, trajo consigo nuevas técnicas decorativas, como el pintar perspectivas ilusorias sobre cristal, ocultando y dejando ver a la vez, determinados elementos reales, que aplicará con notables resultados en El último caballo (Edgar Neville, 1950).

Al finalizar la guerra civil se reanuda la producción cinematográfica, nace el NO-DO y se abren nuevos estudios, como los Sevilla Films. Y surge otra novedad decorativa: los techos, que se verán por primera vez, según los historiadores, en Ciudadano Kane (Orson Welles, 1941). En España, será Nada (Edgar Neville 1947), la que los muestre, obra de un gran escenógrafo: Sigfrido Burman, responsable, a su vez, de los monumentales decorados para las producciones C.I.F.E.S.A, que dirigió Juan de Orduña (Locura de amor, 1948; Alba de América, 1948,...). Otro ilustre decorador del momento será Enrique Alarcón, ayudante de Schild y Burman en sus inicios, al que se deben decorados de películas tan insignes como Calle mayor (Juan Antonio Bardem, 1956) o Tristana (Luis Buñuel, 1969), y que trabajará, al igual que otros muchos, en los colosales de Bronston.

En los cincuenta, hay dos corrientes: por un lado, se rueda en exteriores cada vez más reales, al estilo del Neorrealismo italiano, siendo un ejemplo inicial Surcos (J. A. Nieves Conde, 1951), tendencia que siguen Berlanga (¡Bienvenido Mr. Marshall!, 1953, donde Canet “re-decora” Guadalix de la Sierra) o Fernán Gómez (La vida por delante, 1958 o La vida alrededor, 1959, ambas con escenarios de Torre de la Fuente), por citar algunos. Por otro lado, el auge de géneros como el peplum o el western, hace que se hagan grandes decorados, destacando los hechos por Ramiro Gómez (Los últimos días de Pompeya de M. Bonnard, 1959 o El coloso de Rodas de Sergio Leone, 1960). Años en los que salen nombres de la talla de Vallvé, Pérez de Espinosa o José Antonio de la Guerra (autor de los decorados de Campanadas a medianoche de Orson Welles, 1965).

En 1959, Samuel Bronston recala en España, trayendo consigo a profesionales extranjeros, que aportarán nuevos métodos de trabajo, y construyendo espectaculares decorados para superproducciones como 55 días en Pekín (Nicholas Ray, 1963), El Cid (1961) o La caída del imperio romano (1964), ambas de Anthony Mann. Análogamente, con el llamado Nuevo Cine Español, el decorado alcanza otra dimensión: no solo se limita a recrear una realidad, sino que forma parte del argumento como elemento expresivo, subrayando personajes o situaciones, siendo una muestra ejemplar la escenografía diseñada por Luis Argüello para La tía Tula (Miguel Picazo, 1963).

Con Gil Parrondo, uno de los más brillantes escenógrafos españoles, llega el reconocimiento internacional al ganar dos oscars por la mejor dirección artística de Patton (1970) y Nicolas y Alexandra (1971), ambas de Franklin J. Schaffner. Discípulo de Vázquez Díaz y ayudante de Burman, ha trabajado en infinidad de películas: Mr. Arkadin (Welles, 1954), Viajes con mi tía (Cukor 1972), El viento y el león (Milius, 1975), La bicicletas son para el verano (Chavarri, 1984), los filmes de Garci, etc.

Actualmente el nuestro goza de prestigiosos directores artísticos: Wolfgang Burmann, hijo del citado Sigfrido, (Remando al Viento, Gonzalo Suárez, 1987, La flor de mi secreto, Almodóvar, 1995), Gerardo Vera, que trabajó en la mayoría de los filmes de Gutiérrez Aragón, entre otros, y que se pasará a la dirección; Félix Murcia (Mujeres al borde de un ataque de nervios de Almodóvar, 1988 o El perro del hortelano de Pilar Miró, 1995); Joseph Rosell, Rafael Palmero, Juan Botella, Fernando Sáenz, Julio Esteban, Vallés y un largo etcétera que el escaso espacio disponible impide citar al completo.

La llegada de la tecnología digital ha supuesto un innovador campo de experimentación con enormes posibilidades estéticas. Véanse las ultimas producciones tipo El milagro de P. Tinto (J. Fesser, 1998) por citar alguna. El cartón-piedra ya es historia.

CARLOS TEJEDA
(1) Artículo publicado en el suplemento BLANCO Y NEGRO CULTURAL del diario ABC, nº 587, 26 abril de 2003, p. 43.