EL MAESTRO RELEGADO (1)

Cartier-Bresson se lamentaba de no haber fotografiado nunca a Satyajit Ray, porque «...cada vez que nos encontramos, dominado por el placer de su conversación, me olvido de la cámara fotográfica. ¡Discúlpenme por ser tan mal periodista!». Este testimonio, recogido por Alberto Elena en su magnífico libro sobre el realizador indio (ed. Cátedra, 1998, p. 264), bien puede ilustrar la primera sensación del espectador ante la belleza de las imágenes del gran cineasta. Después viene una duda: el por qué no ha recibido la difusión que merece. En España, únicamente, llegó a la pantalla grande La casa y el mundo, estrenada con el título de El mundo de Bimala (1983), aparte de las tímidas ocasiones en las que se han exhibido en nuestras filmotecas, e incluso alguna que otra esporádica emisión por televisión, hace ya muchos años.

Desconocido, a la vez que considerado uno de los grandes maestros de la historia del cine, el nombre de Satyajit Ray (Calcuta, 1921-1992), engloba una enorme personalidad multidisciplinar: dibujante, músico, escritor y guionista, además de director. Tanto su abuelo, Upendrakishore Ray, como su padre, Sukumar Ray, fueron destacados escritores en lengua bengalí -Satyajit llevaría al celuloide un relato del primero, Las aventuras de Goopy y Bagha, 1968; y le consagraría un documental al segundo, Sukumar Ray, 1987-, y amigos de Rabrindranath Tagore, figura siempre omnipresente en la obra del cineasta: no sólo estudió en la escuela de arte que el Nóbel de Literatura fundó en Santiniketan, a 200 km de Calcuta, sino que adaptó algunas de sus obras a la pantalla, como la citada El mundo de Bimala, La diosa (Devi, 1960) o Charulata (1964), además de dedicarle un documental, Rabrindranath Tagore (1961). Asimismo, Satyajit Ray, desarrolló una fructífera carrera literaria y cultivó una desmesurada devoción por la música, como queda patente en su largometraje El salón de música (Jalsaghar, 1958), o la mayor parte de las bandas sonoras que compuso para sus propias películas.

La empresa en la que trabaja como diseñador publicitario en Calcuta, le envía a Londres, donde pasará la mayor parte del tiempo en el cine con su amigo Lindsay Anderson, uno de los jóvenes airados del Free Cinema. A su regreso realiza su primer largometraje: Pather Panchali (La canción del Camino), film que inicia su Trilogía Apu, basada en dos libros de Bibhutibhusan Banerji, y que después de enormes dificultades y apuros económicos, logra concluir tres años después, en 1955. El film logra el Premio al mejor Documento Humano en el Festival de Cannes de 1956, lo que supone para Occidente descubrir una cinematografía prácticamente ignorada, hasta entonces, como la india. La trilogía se completará con Aparajito (El invencible, 1956), que gana el León de oro en el Festival de Venecia del año siguiente, y Apu Sansar (El mundo de Apú, 1959). La serie gira alrededor de Apu, el hijo pequeño de una familia bengalí abrumada por la pobreza y la mala suerte, entorno en él que se desarrollará su infancia, como muestra la primera parte. Aparajito, retrata la adolescencia de Apu y sus padres en Benarés. A pesar de numerosos infortunios, como la muerte del progenitor o la escasez económica, el chico logrará seguir con sus estudios en Calcuta. Por último, Apu sansar recoge los aprietos de Apu tras concluir su licenciatura, sus deseos de ganarse la vida como escritor y su matrimonio, que tampoco le librará de la adversidad.

Nucleo familiar
En su trilogía, Ray construye, con un estilo minucioso y sencillo, un complejo entramado de personajes y situaciones, cuyo ámbito es el núcleo familiar, un tema habitual en su filmografía. Para ello, utiliza estrategias narrativas como el uso de los pequeños detalles que configuran la vida cotidiana, combinados con un espléndido manejo de silencios, sonidos y unos precisos, pero sugerentes diálogos. Y siempre desde la mirada del documentalista, porque la Trilogía Apu es, además, un testimonio antropológico de gran valor, aderezado con su percepción panteísta de la naturaleza. Tampoco hay que olvidar que Ray es un amante del cine de Jean Renoir, y que Ladrón de bicicletas (De Sica,1948), es uno de sus filmes de culto; aparte de su admiración por maestros de la talla de John Ford o Frank Capra, entre otros, aunque su obra mantenga una cierta distancia con todos ellos. A la gran calidad de la trilogía contribuyeron indudablemente la fotografía de Subatra Mitra, que junto con Sumendu Roy, fueron los operadores habituales del realizador bengalí, y la música de un inspiradísimo Ravi Shankar, autor con el que volvería a contar para la banda sonora de La piedra filosofal (Parash pathar, 1957).

Ray continua alternando la realización de documentales como El ojo inferior (The inner eye, 1971), sobre un prestigioso pintor bengalí Binod Behari Mukherji, con filmes de ficción, destacando Un trueno lejano (Ashani Sanket, 1973), que tiene como telón de fondo la terrible hambruna que sufrió Bengala en 1943 por las consecuencias de la guerra. Incluso adapta al cine sus propios relatos: La fortaleza dorada (Sonar Kella, 1974), una aventura en la que aparece el detective Faluda, personaje de su invención, y Pikoo (1980), un cuento para adultos, o la que será su última película El Extraño (Agantuk, 1991).

Y, a pesar de que semanas antes de su muerte, la Academia de Hollywood le otorgó un Oscar Honorífico por su carrera, desgraciadamente sigue permaneciendo en el olvido. Hay una frase de Akira Kurosawa, que se ha repetido en numerosas ocasiones: «No haber visto el cine de Ray es como existir en este mundo sin haber visto el sol o la luna». Sirva aquí una vez más como reivindicación de su obra.

CARLOS TEJEDA
(1) Artículo publicado en el suplemento BLANCO Y NEGRO CULTURAL del diario ABC, nº 661, 25 de septiembre de 2004, pp. 42-43.