CUANDO LENI RIEFENSTAHL FILMÓ LA OLIMPIADA DEL NAZISMO (1)

Arnold Fanck era un geólogo enamorado del alpinismo reconvertido en director de cine a principios de los años veinte. Sus películas trataban sobre la montaña, es decir, la heroicidad del hombre frente a la inmensidad de la naturaleza. Un género muy popular en la Alemania de esa época, que prácticamente solo cultivó él y en el que teóricos como Kracauer han percibido referencias del espíritu nazi. Sea como fuere, el caso es que su largometraje Der berg des Schicksals (1924) hechiza a una jovencísima Leni Riefenstahl (1902-2003) recuperándose de una lesión que la había apartado definitivamente de la danza, con la que logró cierta notoriedad sobre los escenarios. Contactará con Fanck quien la dirigirá como actriz en Der heilinge berg (La montaña sagrada, 1926), título inicial de un total de seis que hará con el geólogo. Más tarde la frustrada bailarina realiza e interpreta su primera película, Das blaue licht (La luz azul, 1932).


Pero por azares del destino, un Hitler recién ascendido al poder en 1933 se siente fascinado por La luz azul. Consciente de la fuerza del cine como medio propagandístico, y después de que la realizadora filmara el 5º congreso del NSDAP -La victoria de la fe (1933)-, el Führer vuelve a requerir sus servicios para una nueva película sobre la siguiente convención del partido en Nuremberg. Pese a las trabas de Goebbels, con quien al parecer ella no tenia buenas relaciones, Riefenstahl concibe El triunfo de la voluntad (Triumph des willens, 1935) escalofriante documental que pone de manifiesto su brillante capacidad visual, logrando impactantes imágenes de las anónimas masas uniformadas entre banderas, estandartes y cruces gamadas. En definitiva, una película hecha a la medida de Hitler.

Berlín es la anfitriona de los XI Juegos Olímpicos en 1936, acontecimiento que aprovecha el dictador como un perfecto instrumento de propaganda cara al exterior, no solo para dar una buena imagen de las excelencias del régimen, sino como demostración de la superioridad aria. Y Leni Riefenstahl será la encargada de filmar el acontecimiento, aunque ella siempre sostuvo que la idea partió del Comité Olímpico Internacional. Para ello contó con mas de 60 cámaras distribuidas por todo el estadio, además de la últimas innovaciones técnicas de la época (como una cámara submarina). Después de 18 meses de laborioso trabajo, de la sala de montaje salió Olympia (1938) el mejor documental que se haya realizado sobre los Juegos Olímpicos cinematográficamente hablando, y a pesar de los efluvios ideológicos.

Dividida en dos partes: Fest der völker (Fiesta de los pueblos u Olimpiada) y Fest der Schönheit (Fiesta de la belleza o Juventud olímpica), y con una duración total de algo más de tres horas, es un gran filme en su concepción visual por sus variados recursos estéticos. Imprime un punto de vista narrativo al acontecimiento, combinando las pruebas deportivas con imágenes del entorno y el uso del sonido, creando de este modo una mayor tensión emocional. Es decir, los propios atletas, -antes, durante y después de su actuación- con primeros planos de sus rostros reflejando el sufrimiento, el agotamiento, la alegría o la tristeza; los árbitros; los entrenadores o los espectadores, unos exaltados por la victoria y otros llevándose las manos a la cabeza por una derrota. A esto se añade el enfoque con que Riefenstahl aborda las diferentes pruebas según las características estéticas que le ofrece cada modalidad: para los saltos de altura o de trampolín recurre a los contrapicados y a la cámara lenta, las carreras cortas las filma en una sola secuencia, o en las largas, como los 10 000m o el maratón, inserta planos del graderío para dar mayor ritmo. Incluso hay momentos que saca partido a la oscuridad, como el caso de los saltos con pértiga que continuaron bien entrada la noche: el atleta sobre un fondo negro. Sin embargo, hay pruebas, que quizá por la escasa atracción de la realizadora hacia las mismas o porque el entorno no le diera más juego, en las que se limita a filmar sin más, como ocurre con el fútbol, el jockey o la hípica.

Si el prólogo de Fest der völker comienza con imágenes de ruinas de templos griegos, diversas esculturas como el Discóbolo de Mirón que se transforma en un cuerpo humano real, figuras femeninas desnudas danzantes o el fuego olímpico, que un atleta recoge con una antorcha para llevarlo hasta Berlín; el de Fest der Schönheit muestra una serie de desnudos masculinos en una sauna o bañándose en un lago, así como los diversos momentos de esparcimiento o entrenamiento de los atletas en la villa olímpica. Si en la primera parte se sugiere la relación entre el pasado esplendoroso y el espíritu de la causa nazi, en la segunda, en un tono más poético, se glorifica a la raza aria, mediante el culto hacia el cuerpo humano, clara muestra, por otro lado, del delirio hitleriano.

Fest der völker prosigue con los actos inaugurales de los juegos, así como el desarrollo de todas las modalidades dentro del atletismo. Por azar de la programación, una de las pruebas iniciales fue el lanzamiento de martillo que significó la primera medalla para Alemania. Las intenciones de la cúpula nazi parecían cumplirse en un principio. Pero un joven se convirtió en el mito, en el símbolo de Berlin36, al dinamitar las absurdas ideas de la superioridad aria: Jesse Owens el atleta de color que ganó cuatro medallas de oro con varios records mundiales y que, para más INRI, se hizo amigo íntimo del alemán Luz Long, su rival en el salto de longitud(2).

Precisamente Riefenstahl monta con gran talento las secuencias del duelo entre éstos dos amigos y contrincantes en la pista: el perfil del cuerpo entero de Owens agachado, como una gacela; en el momento de iniciar el salto cambia al primer plano de la cabeza de Long que gira siguiendo la carrerilla de su adversario; de ahí pasa a la imagen del “antílope de ébano” saltando. Talento que rebosan los momentos de las carreras de Owens, quizás de las escenas más célebres del documental, con primeros planos de las manos de los corredores cavando agujeros (cuando aun no existían los tacos), sus rostros antes del comienzo de la prueba, el juez se salida y la algarabía en las gradas.

Si Fest der völker estaba dedicada al atletismo, Fest der Schönheit está consagrada a los otros deportes. De hecho en muchas secuencias no hay voz en off y Riefenstahl se recrea en la estética del cuerpo humano: de una soberbia factura visual son los ejercicios gimnásticos y los de salto de trampolín, así como las pruebas de vela, donde los encuadres de los marinos en sus barcos le dan al filme una impronta vanguardista (presente en muchos otros momentos del metraje). O la prueba del Declatlón que ganó Glenn Morris más tarde convertido en otro Tarzán hollywoodense y del que según se dice tuvo un affaire con la realizadora.

Pero sus dos mayores triunfos fílmicos se convirtieron en su peor estigma. El hundimiento del Reich al final de la conflagración condujo a la cineasta hacia la hostilidad y el ostracismo profesional. Detenida por los aliados, negó en repetidas ocasiones su compromiso con el nazismo, aunque llega a reconocer en sus memorias, la inicial atracción que ejerció Hitler sobre ella. Además, la figura de Riefenstahl contribuyó, si cabe más, al largo debate entre la relación de arte y política, el valor artístico de una obra y la ideología que representa. De cualquier manera, se fue al centro de África, a Sudán, donde fotografió a la tribu de los Nubas. Ya septuagenaria aprendió submarinismo. Pero tampoco las profundidades del Mar Rojo pudieron acallar la controversia sobre su implicación con el nazismo.

CARLOS TEJEDA
(1) Artículo publicado en la sección "Locos por el cine" de la revista KANE3, nº 9, junio de 2006, pp. 50-51.

Nota
(2) De hecho Owens se hizo cargo del hijo de Long cuando éste murió en el frente de Sicilia en 1943. Por otro lado, aparte del recital de Owens, hubo más atletas de color que ganaron medallas olímpicas en otras pruebas de atletismo. Y razas consideradas inferiores por los nazis que se adjudicaron oros olímpicos como los nipones (en triple salto, el maratón, etc) o la India (que ganó en hockey sobre hierba). Por último, aunque Alemania ganó bastantes medallas, la mayoría fuera de las pruebas reina, estos éxitos no mitigaron el gran enfado de Hitler por el fracaso olímpico.